Ciudad indescifrable.
Carla Bruni soñaba que Alejandro componía una canción llamada Toutes les pièces y que Diana Krall y Cassandra Wilson discutían por ella en un café de la colonia Roma donde García-Madero escribía en una lap-top más pistas para descifrar el paradero de Desirée Jiménez, la pintora cubana impulsora del Toshi-Art vista por última vez en Taxco o Chilpancingo, entonces un lógico viaje al Sur es lo que habría de hacer a lado de Anuar Jalife y de Roberto Bolaño, quien esperaba atento el amanecer en alguna calle de Polanco (él le llamaba “Coyoacán”) pensando cómo se vería París si fuera una isla perdida en el Golfo de México. Carla Bruni se soñaba a sí misma cantando Chanson Triste en la alcoba de un tipo que veía por la ventana a un gato que a su vez lo veía fijamente a él, de ahí que insistiera tanto en que se llamaba Alain y que Chanson Triste no era una canción adecuada, que esa canción estaba bien para la gente que pensaba en viajar a Suiza, que llamaba a las Lourdes Loulú y a las MariAnas Samar pero no para él y para su nombre, que a lo mucho lo llevaría a una cama, digamos, tibia, a lado de Paulina, Martha, Emilia, Alejandra o Carla, la misma que soñaba a Sabina siendo Santa y a Sofía siendo Sara. Todo disfraz en la pintura. Todo PERSONAE como la construcción lúdica (somebody said: ONÍRICA) de la propia tierra, ajena a fuerza de nombrarla, a fuerza de “ingreso, “salto” o “contacto” , Sus dientes eran el piano, El actor se prepara, para dar La vuelta al mundo en ochenta mundos, donde en cada uno la Carla Bruni universal hará un sueño distinto con una guitarra que ya habrá rasgado Ulises o Román, los muchachos que hacen covers de Mikel Erentxun, quien a su vez hace covers de Morrissey, quien a su vez escucha un dueto entre Krall y Wilson desde un palco del Palao de la música de Lisboa, refugio para Deeni y Tom Jobim, paraíso de Salvador Durand y Rita Guerrero, ciudad donde convergen Coatzacoalcos y Cristina, Carlos Fuentes y Londres, Julio Ortega y Bruselas, Paz Naranjo y yo, Xochimilco y Sergio Pitol, Huxley y una probeta, Carla Bruni y Raphaël, Raphaël y Tout le monde. Punto. Alejandro Coma en algún Punto. Rem Koolhaasssss fumando con Juan López Anda, Charlotte y Joseph pariendo una hija de nombre Andrea, Juan Carlos muriendo en un asalto sobre Periférico, Desirée en la pintura que ha estado soñando ella, uno de sus ochenta tracks del álbum perfecto. Rilke naufraga en Ítaca, Paloma H estrella su nave en Gibraltar, Magali bebe del Mar Negro, Palizada ebrio de victorias por los triunfos cuevanenses, la Maga duerme en sus piernas, Paty escucha a Zoé, la Maga juega en las calles de Havre, el piano de Satchmo toca en la trompeta de Thelonius, Mauricio Molina nos escribe a todos desde la banca de un Domino’s Pizza.
Chinampa en un lago escondido.
De niños yo viajé mucho a Acapulco y Claudia viajó mucho al DF, pero ninguno de los dos conocimos Guanajuato.
Emergencia.
Como una correspondencia entre lectura y destino, la ciudad se nos presenta total y serena, cotidiana, como una extensión de nosotros, infinita en su fugacidad, irrepetible en su rostro de todos los días. O al menos así la recuerdo desde siempre.
Así como al perro que llevan de paseo a Chapultepec, ir en el carro con la ventana abierta viendo pasar los fragmentos de ciudad siempre me ha gustado, por eso es infinita e irrepetible, porque siempre hay algo qué atender desde un semáforo en rojo o a lo largo del Viaducto, por más fugaz o cotidiano que parezca a simple vista.
Eso es y ha sido la ciudad: la propiciadora de toda clase de espacios, sensibles y no; el más claro reducto de mi individualidad; la conciencia de aquello otro que por más ajeno que sea termina siempre con ese aire de familia: la ciudad hace que lo extraño sea propio.
No así la carretera, ese vacío donde “salen” textos tipo David Summers o Alfonsina Storni.
Y Guanajuato. Y el D.F. Las cascadas que eran los callejones después del chubasco, el juego de líneas del distribuidor vial, el fraccionamiento detrás del Castillo de Santa Cecilia, ahí donde una calle podía terminar (siempre había querido ver dónde terminaban las calles) en el punto donde el cerro empezaba, los amplios parques a mitad de la Del Valle, Polanco o la Nápoles, el encanto de una zona habitacional junto a un río como lo era esa apartada Pastita (y al final de ésta, siempre su estoico museo) tan parecida a esas colonias que unen a San Ángel con la Gandhi de Universidad paralelas a la avenida Insurgentes, los buenos y malos cafés, el amontonamiento o la escalofriante amplitud, Presa de la Olla y la Hipódromo, Valenciana y Las Águilas, el cerro de San Miguel y la torre de Mexicana, Campos Elíseos con Marfil y su Gene Byron, Persiur y el Mercado Hidalgo, Santa Fe y Pozuelos, Tlatelolco y la Alhóndiga, Dos Ríos y la colonia El Sifón, la casa frente a la Alberca Olímpica y el callejón de Sebastopol, las barrancas de Lomas de Chapultepec y el camino a Mineral de Cata, los pueblos de Coyoacán o Tlalpan y el panteón de Tepetapa, C.U. y el Aguilar y Maya... Y todo ello siempre como mero ejercicio de postales.
Ciertamente la evocación, la sensación de ello era el axioma, la ciudad verdadera, aquella que escapaba a la vista pero era por ella que se daba; la vista y el recuerdo, la transpiración, el diafragma adecuado, la soledad, el cliché. La emergencia, siempre.
(Pero Acapulco… Acapulco siempre como esa otra ciudad, así como Xalapa, como Puebla, como Tijuana. Ciudad clásica de mi infancia, no había año al que no fuéramos al Acapulco Plaza, al Cano, al Princess, los últimos años al Ritz, y siempre bajo un hondo hechizo, no por la playa y la distracción en sí, sino por ese desentrañamiento del juego, esa saturación de niñez, de formas de mirar que con el tiempo se van perdiendo: como en ningún otro lado las calles de Acapulco hacían ver una promesa, un pacto entre yo y la eternidad. Vinieron después las crisis, los cambios, la edad, no volví a ir sino doce años después para visitar a Claudia cuando aún iba ella en las vacaciones de Año Nuevo para estar con su familia: bastó una semana para el reencuentro, la reanudación del pacto, de nuevo esa forma de mirar que no está tan lejana como el mar ni como la Alina Reyes del cuento de Cortázar, en donde no interesa si había que desplazarse de Buenos Aires a Budapest, de Aztlán a Acapulco, a Xalapa previamente, a Puebla en anécdotas ajenas, a Tijuana en las palabras de la comunidad que siempre mira al Norte. Es éste el punto para el punto final, en espera de que el irapuatense Alejandro Palizada quite el disco de Carla Bruni que seguramente lleva toda la noche en el estéreo de su recámara tan cercana a la Plaza de la Mexiamora.)
-AlbEs-
Hace 12 años.
1 comentarios:
La Habana, París u otros reinos desconocidos para mi....
En compañia de Hugo, Paco, Luis y el Toy....
O mejor aun, acompañada de otros nombres q no conozco....
Abrazos para el clan :D
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